Desde la ciudad eterna

enero 06, 2023

Escribí esto hace unos meses pero no quise publicarlo. Hoy decido compartirlo con vosotras.

Hoy es un día lluvioso y frío en Roma y de pronto me he dado cuenta de que estoy aquí. Solo soy una tía de 20 años, anónima para el mundo, que vive y vivirá durante meses en la llamada città eterna. Que pasará muchos más días lluviosos, de frío, de calor húmeda y asfixiante, como los que ya ha pasado aquí.

Ya he comprado postales para mandarlas a los amores. La familia, las amigas. Me voy a volver a aficionar a leer y a escribir, porque creo que esta ciudad te transforma si sabes por dónde moverte y dónde mirar. Tal vez es también la regla, que me hace ponerme nostálgica y melodramática, pero aprecio de pronto la música en un timbre que antes no lograba escuchar. Y siento que será mi fiel compañera en esta ciudad repleta de Arte. Una de las postales que he comprado es un antiguo cartel de la Tosca, una ópera de Puccini que no he visto ni escuchado, pero que debía comprar. Vivir con una música me da muchas más ganas de retomar el violonchelo cuando regrese de aquí; o, más bien, de pedirle a la Lucía que regrese (que no sé quién será) que vuelva a hacerlo. Confío en ella y confío en que lo hará.

El otro día escribía algo así:

aún no sé cómo me siento respecto a que mi cuerpo esté en roma (y mi alma siga vagando entre gentes y lugares). […] también me abruma pensar en todo lo que se presenta ante mí, no sé si abriendo los brazos o aún alerta, sospechoso, vigilante. pienso mucho en lo que he aprendido sobre mí y sobre el mundo estos días y es que nadie sabe nada. que todos estamos aquí, yendo de un lado para otro y esperando a que pase algo, pero mientras tanto solo caminamos a todas partes o subimos al metro sin billete. […] miramos alrededor y todo nos recuerda a ella [a casa]. camino por la calle y me siento ajena a este lugar, pero ya conozco el camino al supermercado, el giro de la llave y el vecino que toca el saxofón. esta mañana lo hemos visto.

El invierno será nostálgico. Compraré castañas y las asaré mientras me acuerdo de mi madre. Me pondré un abrigo (que aún no sé cuál es) y caminaré por calles oscuras a las cuatro de la tarde, mientras en España aún hace sol que no calienta. Beberé café caliente y (ojalá) chocolate caliente. Y pasaré delante del Coliseo una vez más para ir a cualquier lugar, y diremos en voz alta: ¡Chicas, estamos en el Coliseo!, como si no fuese algo normal en nuestras vidas ahora mismo. Porque no lo es.

Anoche diluviaba en Roma y corrimos a refugiarnos al Panteón. El Panteón nos ofreció su refugio. Y aunque yo bailé bajo la lluvia y me empapé y bebí agua de la fuente, sabía que podía buscar cobijo entre las colosales columnas que permanecían, impasibles, ante mí. Y que han permanecido así durante años, ante miles y millones de personas que no son yo. Que estuvieron cuando yo no había nacido y que no viven cuando yo he estado. Y miro la plaza vacía, los rayos, los truenos inmediatos, las columnas y el templo y pienso en el óculo del techo, y en que el suelo de dentro probablemente se estará mojando. Un día más. De su historia de miles de días. Y pienso en todas esas personas que lo habrán visto antes que yo y en todas las que lo verán o las que lo están viendo ahora mismo, y me digo que nadie, nadie en el mundo más que yo, está ahí en ese instante. Que absolutamente nadie más me está viendo mirar al Panteón una madrugada del 25 de septiembre de 2022. Y me abruma. Me sobrecoge. Me abraza entre sus paredes de mármol y me dice: ven, estás en casa porque tú eres tu casa. La llevas contigo siempre.

¿Dónde estás, mundo bello? Anonimato, costumbrismo y curación

octubre 25, 2021

Hace un tiempo que pienso mucho en este blog. No sé si en este blog o en escribir, simplemente. También pienso mucho en que parece que he llegado a un bache inabarcable y que nunca sabré qué más escribir aquí, aunque sé que no es cierto. Creo que escribir me llena y me completa y me sana, aunque a veces duela y las hojas en blanco se me hagan cuesta arriba.

Sin embargo, he seguido leyendo y he pensado mucho sobre muchas cosas. ¿Quién soy? ¿Qué quiero hacer con mi vida? ¿Me habré equivocado y me estaré dirigiendo a un futuro que voy a detestar? ¿Es este el mundo en el que quiero vivir? ¿Puedo realmente hacer algo para cambiarlo? En una entrada que comencé a escribir meses atrás, pero que se quedó en el cajón de los borradores, escribía:

Hay días que no sé cómo tomarme la realidad. ¿La acepto así, sin más, y me aguanto? ¿Me dreno de energía mental tratando de cambiarla? Ambas opciones suenan a extremos. Pero entre ambas suelo fluctuar, porque es fácil hablar de una "revolución contra el sistema desde la salud mental propia" [no sé si recuerdo a qué me refería con esto, debe disculparme], pero difícil hacerlo. Siempre que me he involucrado en algo relacionado con el activismo social, he drenado mucho mi energía e, inevitablemente, me he convertido en una pesimista. 

Hay momentos en los que una llama de revolución me envuelve y me hace involucrarme hasta agotar mis fuerzas. Y entonces, llegan los momentos en los que no soy nada, pero nada revolucionaria. En los que solo quiero llegar a casa, que me reciba el amor de mi vida con una copa de vino y bailemos un bolero en el salón mientras me río y me abraza. Y nada más... Porque qué más puedo hacer. Todo esto se me metió en la cabeza una vez leyendo Twitter... así que imaginad. Lo volátil que es todo. Lo plástico, flexible y elástico que es lo que me rodea, o lo que siento que me rodea. Hoy siento que debo estar presente en todas partes, que debo ser la voz de quien no puede hablar, que esa es mi responsabilidad. Y mañana... quién sabe. Seguramente sienta que necesito hacerme muy, muy pequeñita, casi desaparecer, para correr de aquí para allá sin ser reconocida, sin ser nadie, sin que nadie sepa quién soy. Y vivir así, y no más. Sobre esto he pensado mucho leyendo ¿Dónde estás, mundo bello? de Sally Rooney; del libro en sí no sé qué pensar. Solo de lo que me hace sentir. Con esta angustia existencial, con esta necesidad de hacerme anónima, escribí esto una noche:

Últimamente siento muy fuerte la necesidad de ser anónima para siempre. De vivir mi vida tranquilamente, vivir bien, dormir bien, comer bien, y todo sin que nadie más que quien me importa se entere, y cuando tenga que enterarse. Me da miedo sentir esto, como si tuviera la necesidad de perderme entre las masas de gente y ser completamente olvidada un segundo después de cruzarme con alguien. No sé si es algo malo o bueno, pero sé que viviría tranquila. No necesito conocer a tanta gente, la gente no necesita conocer tanto de mí. ¿Por qué a veces siento que sí? Creo que por esta sensación odio tanto las redes sociales. De vez en cuando regreso al debate mental sobre alejarme de ellas de una vez o no. Y veo a la gente tan cómoda con ese aparente no-anonimato que me pregunto ¿qué está mal en mí? ¿Sería una persona distinta si no hubiera tenido nunca Instagram? [He aquí la pregunta...] ¿Quién es esa Lucía que se habría construido a ella misma? ¿Solo ella y ninguna persona ajena más? Solo la gente que la rodea, [a quien puedo tocar, quien me puede tocar.] Quién sería... no quién es. Me gusta pensar que algún día dejaré las redes sociales para siempre y seré muy feliz, aunque ese día aún no haya llegado. Creo que, en parte por eso, siento siempre tanta nostalgia de una época que no he llegado a conocer. [...] Quiero ser una anónima que siga con su vida porque estoy cansada de seguir pretendiendo ser alguien que no soy y que todo el mundo lo vea. No tengo más energía para eso ya.

Es irónico, ¿no? Hasta diría que es hipócrita. Hablando de mi necesidad de ser anónima en un lugar perdido de la web, al que puede acceder cualquiera que se esfuerce un poco y ponga algo de interés. Contando a cualquier extraño que se digne a leer lo frustrada que me siento con toda esta interconexión, con que alguien que no me quiera parezca conocerme tan bien. A veces tengo ganas de marcharme lejos, lejos, donde nadie pueda llamarme por mi nombre porque no me ha visto nunca en toda su vida. E intercambiar largos correos con las personas a las que quiero y a las que echaría mucho de menos. Con reflexiones largas y pedantes que no llegan a ninguna parte y, sobre todo, contándonos todo lo nuevo que nos ha pasado, a dónde hemos ido, qué hemos visto, qué hemos sacado en el examen, a quién hemos besado, por qué estamos tristes... Eso es lo que verdaderamente querría escribir. ¿Alguien?

Pero oigan, no quiero yo poner el grito en el cielo, que las redes son muy buenas y tal y cual... Pero no son para mí ni para mi personalidad tan tendente a adiccionarse de ella de él de su perro su vida su casa su todo... Así que decido quejarme por la red, también. Así es. ¿Cómo si no? ¿Cómo, si llevo tanto tiempo pensando en esto y siento que nada cambia, que solo cambio yo? ¿O cambio realmente? ¿No vago perdida sin rumbo sin casa sin un clavo al que agarrarme? Por eso me pregunto sobre la Lucía que habría sido... Porque a veces querría ser ella. Y no a veces. A veces, siempre.

Ya no sé ni lo que digo. A ti, extraño, extraña, que me encuentra entre las redes anónimas, soy Lucía. Soy la Lucía nacida del no-anonimato, de la vida conectada y la angustia creada. Lucía, la que escribe un blog y un cuaderno negro de piel sintética, la que se pone vídeos de ruido ambiente en la biblioteca, chimenea y tormenta, para estudiar o para escribir esto mismamente... Esa Lucía, ¿quién si no? Quién si no, preguntas...

Un placer. Te recomiendo mucho, mucho, el nuevo libro de la ya muy conocida Sally Rooney:

¿Dónde estás, mundo bello?

Creo que lo del costumbrismo lo dejaré para otro día. Y también lo de la curación. Demasiada nostalgia y angustia en una sola entrada de blog. Pero no me siento mal, ¡que conste! Solo pienso en voz alta y comparto a quien me escuche, que creo que no es nadie. Ay, Dios mío, ¿qué quieres de mí?, se pregunta Simon cuando reza. ¿No tendré que empezar a rezar?, me pregunto yo cuando lo leo...

He empezado a leer más mujeres (y alguna cosa más)

septiembre 29, 2020

Buenas, aquí estoy de nuevo. Ya es tradición desaparecer durante meses y reaparecer de la nada y por sorpresa. Durante este tiempo he escrito muchos posts que no he llegado a terminar. Acabar un post era algo que a mí se me daba genial, y ahora simplemente no encuentro las palabras.

Pues sí, ¡sorpresa! Han cambiado muchísimas cosas en mi vida. He empezado la carrera de Antropología Social y Cultural en la Universidad Autónoma de Madrid, y no puedo estar más emocionada. Creo que estos años que se avecinan estarán llenos de aprendizaje, y espero poder ir orientándome poco a poco a lo que más me interesa: la divulgación. Especialmente la divulgación online, accesible a quien la quiera y necesite.

Es por ello que he visto buena idea el aprovechar este pequeño espacio en la web que tengo reservado para mí, y poder así empezar a, lo que se dice, compartir reflexiones y conocimiento, siempre desde el propio aprendizaje continuo (y más ahora mismo, que prácticamente ni he comenzado). 

Llevaba un tiempo en el que "no me salía escribir". Un tiempo bastante largo y muy frustrante. Sin embargo, hace relativamente poco escuché un consejo que fue, simplemente, "Ponte a escribir". Así que creo que voy a dejar de darle tantas vueltas al contenido que publique, ya que nunca será perfecto y tampoco pretendo que lo sea. Voy a emplear este espacio para, precisamente, publicar mis reflexiones sobre lo que me esté ocurriendo, esté ocurriendo en el mundo (eso daría para varios posts largos) y en general, de lo que se me venga a la cabeza. Es un espacio diseñado por mí, para quien se sienta interesado en lo que pueda compartir. 

Para empezar, repetir que acabo de comenzar mi andadura en la universidad por fin, en el grado de Antropología Social y Cultural en la UAM, y no puedo estar mas emocionada. ¡El conocimiento que se viene...! No quiero ni pensarlo, que me emociono más antes de tiempo.

También quería hacer un repaso de mis últimas lecturas estos meses. Han sido meses sacudidos por emociones muy intensas, ya fuesen por los confinamientos, las consecuencias que la pandemia está provocando, el movimiento BLM (con grandísima fuerza en EEUU, ojalá pudiese decir lo mismo de España), las turbulencias políticas que se están dando en todo el mundo... Aun así, he reunido algunas lecturas que me han acompañado estos meses y que me gustaría compartir con vosotras.


El primero del que os quiero hablar es de mi favorito, Tea Rooms: Mujeres obreras de Luisa Carnés. Lo cierto es que el nombre de esta mujer me sonaba muchísimo cuando lo escuché de boca de Eugenia Tenenbaum recomendando su novela más importante. Aun así, no lograba ubicarla. Qué sorpresa más grande fue descubrir que había sido una más de las voces de mujeres silenciadas de la Generación del 27. En Tea Rooms, su novela más conocida (dejando de lado toda su labor periodística y narrativa en revistas y diarios de la época), Luisa Carnés retrata la sociedad obrera madrileña en los años 30 a través de las vivencias de un grupo de mujeres que trabajan en un salón de té de la capital. Disfruté de la lectura de una forma que pocas veces había hecho: lentamente pero empapándome de la prosa de Luisa, que te envuelve y te traslada al lado de Matilde en el mostrador de los bollos o contando los sándwiches bajo la atenta y fría mirada de la encargada. 

Desde luego, esta historia te coge el corazón en un puño y no lo suelta hasta mucho después de haberla terminado. Me encantó.

Luis Carnés (1905-1964) también destacó por tu papel activista y su compromiso social y político, como marca su participación en publicaciones pertenecientes al Partido Comunista de España (primero en Mundo Obrero, más adelante en Frente Rojo) y su militancia en el mismo. Al estallar la Guerra civil, Luisa se trasladó a Valencia, posteriormente a Barcelona, hasta finalmente verse obligada a exiliarse, primero a Francia y más tarde a México, donde continuó su obra literaria y finalmente murió en 1964.

La información referente a la biografía de Luisa Carnés ha sido obtenida del propio epílogo de la novela, escrito por Antonio Plaza Plaza, que reúne a grandes rasgos la obra literaria y periodística de la autora y sus vivencias.


También quería hablaros de Ni putas Ni sumisas, un ensayo de Fadela Amara y Sylvia Zappi (colaboradora) que narra la historia del movimiento feminista y obrero que se dio en Francia a comienzos de siglo a raíz de la realidad que las mujeres vivían en las barriadas o guetos, además de tratar la inmigración, el movimiento obrero, las mujeres musulmanas, la laicidad en la educación... y varios temas más que me interesaba muchísimo leer y sobre los que nunca me había puesto a hacerlo. Es, desde luego, una mirada diferente sobre el multiculturalismo y el universalismo, de mano de una mujer musulmana que creció en uno de esos guetos franceses, que por desgracia se multiplican a día de hoy alrededor del mundo. Además, es muy sencillo de leer, y la edición de Cátedra es una maravilla visual (muy sencilla, pero a mí me encanta).

Aún me queda muchísimo que leer y aprender sobre el feminismo islámico, pero desde luego creo que esta es una buena novela para comenzar a hacerte preguntas y despertar un interés y una mayor cercanía con el tema. Al fin y al cabo, no hay feminismo sin interseccionalidad, y la realidad de las mujeres musulmanas no es la misma que la mía. Muy recomendado para aprender.

Por último, me puse como reto leer más Jane Austen, ya que es una autora que conquista los corazones de todos los lectores, y tras leer Orgullo y prejuicio el año pasado (por supuesto), me animé con La abadía de Northanger. ¡Y no me equivoqué! Es muy divertida, los personajes son muy entrañables y te dan ganas de irte al interior rural de Inglaterra a vivir en una antigua abadía y encontrar el amor de tu vida. En fin, Jane Austen... No decepciona, pasas un buen rato y te traslada a otra época.

¿Qué estoy leyendo ahora? Bueno, actualmente en mi mesilla tengo nada más y nada menos que tres libros empezados. Sé que no es nada comparado con la capacidad de muchas otras personas, pero yo nunca he sido capaz de leer más de uno a la vez, así que veremos cómo avanza.

En cuanto a literatura juvenil, Leigh Bardugo y su Seis de cuervos me tienen en vilo. Acabo de empezar a leer, y aunque parece la ya vista historia de novela juvenil que pretende enganchar, con personajes bastante arquetípicos, puede que me sorprenda. Además, siendo sincera, ni siquiera me importa. Yo sólo quiero pasar un buen rato y recordar aquellos tiempos en los que me leía sagas de 10 libros en un mes por lo adictivas que eran. Sólo eso. No pido tanto.


En cuanto a ensayo, tenemos dos. El primero es Historias de mujeres, Historias del arte, de Patricia Mayayo, un acercamiento a la Historia del Arte con perspectiva de género, muy fácil de seguir y muy rico en reflexión si, como a mí, te interesa la Historia del Arte. Es increíble el silencio que desde siempre ha pesado (y aún pesa) sobre el papel de la artista. También llevo poquito, y teniendo tantos frentes abiertos avanzaré más despacio, pero desde luego es interesantísimo. Además, la edición es una maravilla y tiene imágenes a lo largo del texto para poder comprender mejor las descripciones de cuadros que la autora hace numerosas veces.

Por último, nos alejamos de las mujeres para hablar de Vacas, cerdos, guerras y brujas, un ensayo del antropólogo Marvin Harris, donde trata de dar respuesta a varios enigmas de su campo. Fue una recomendación de mi profesor de Historia de la Antropología, así que decidí comprarlo para comenzar a sumergirme en estas aguas. Sólo he leído el prólogo, pero promete.

Y esto sería todo por hoy. Al final me salen unas entradas larguísimas, quién lo iba a decir. Últimamente leer es para mí una fuente de inspiración y conocimiento increíble. Espero que, si habéis llegado hasta aquí desde lo más remoto de la web, hayáis disfrutado de lo que he contado.

¡Nos vemos!

«Fahrenheit 451» y mi gran adicción a las novelas distópicas

abril 12, 2020

Son estos días los mejores para meterse en el papel de los protagonistas de las novelas distópicas e imaginarse vagando por calles desiertas o escondiéndose en lugares en ruinas, huyendo de una sociedad desaparecida o donde las cosas han cambiado drásticamente. Desde muy pequeña, leer novelas así me ha encantado: me transportaba a otro mundo, donde la vida no era algo fácil y bonito, donde debías valértelas por tu experiencia y arrojo.

Hace dos días terminé de leer uno de los clásicos distópicos por excelencia, Fahrenheit 451 (Ray Bradbury), y he decidido hablaros de algunas de estas novelas que más me han gustado, y tal vez reflexionar sobre por qué muchas veces recurrimos a este tipo de historias para escapar de nuestra realidad, sólo logrando sumergirnos en una realidad que a simple vista es mucho más oscura y terrible.

Fahrenheit 451, de Ray Bradbury
Fahrenheit 451 (cuyo título es una alusión a la temperatura a la que el papel arde) narra la historia de Guy Montag, un hombre que vive en una sociedad estadounidense donde prima el placer inmediato, donde los libros están prohibidos y se consideran la fuente de la infelicidad humana. En este lugar, el trabajo de los bomberos ya no es apagar fuegos, sino crearlos, quemando así todos los libros existentes. La obra se divide en tres grandes partes: Era estupendo quemar, La criba y la arena y Fuego vivo. Guy Montag se nos presenta como un bombero satisfecho con su trabajo, que sabe que lo que hace es lo correcto (aunque después descubrimos que esconde un gran secreto). Sin embargo, una noche conoce a Clarisse McClellan, una adolescente que logra que se cuestione todo lo que hasta entonces había creído y juzgado como universal. A partir de entonces, los pensamientos de Montag comenzarán a cambiar, y veremos una marcada evolución en su comportamiento y su forma de ver la sociedad en la que vive. Uno de mis fragmentos favoritos:

"Los libros están para recordarnos lo tontos y estúpidos que somos. Son la guardia pretoriana de César, susurrando mientras tiene lugar el desfile por la avenida: «Recuerda, César, que eres mortal.» La mayoría de nosotros no podemos andar corriendo por ahí, hablando con todo el mundo, ni conocer todas las ciudades del mundo, pues carecemos de tiempo, de dinero o de amigos. Lo que usted anda buscando, Montag, está en el mundo, pero el único medio para que una persona corriente vea el noventa y nueve por ciento de ello está en un libro. No pida garantías. Y no espere ser salvado por alguna cosa, persona, máquina o biblioteca. Realice su propia labor salvadora, y si se ahoga, muera, por lo menos, sabiendo que se dirigía hacia la playa."